Tres hermanos buscando fortuna. Tres viajes muy distintos pero sólo uno conduce a la esencia de la virtud.
Sintiéndose cerca del final un anciano padre hizo llamar a sus tres hijos. Con voz trémula, postrado en su lecho de muerte, confesó a sus vástagos la existencia de un tesoro escondido. Si bien la condición para revelarles el emplazamiento de la fortuna fue alcanzar un manantial de agua sanadora y volver con un odre lleno.
Así los tres hermano decidieron partir. El malvado Akli emprendió una ruta repleta de frutales y fuentes de agua fresca. Said, el avaricioso, escogió el segundo mejor camino, también verdoso y fresco. Omar, el bondadoso, se conformó con el tercer camino, descarnado y árido. Antes de partir plantaron pequeño un arbusto. Si a alguno le ocurría algo malo una de sus tres hojas se desprendería.
Akli disfrutó de un camino fácil y lleno de placeres mas no encontró rastro del manantial sagrado. En un descuido una víbora mortal le mordió fatalmente. Con gento aquiescente reconoció sus maldades justo antes de expirar.
Said fue apagándose poco a poco. Inició el sendero cómodo y semoviente pero pronto se reveló el camino más duro. Los árboles aparecían muertos, las fuentes secas y el miedo le fue corroyendo. Al cabo no pudo más. Se desplomó en el suelo pedregoso y murió solo y sin nada.
Omar sufrió mucho al principio. El sol ajusticiaba a quienes se atrevían a retarlo y la senda transcurría escarpada y desértica. Al fin apareció una planicie herbosa, le sucedió un bosque fresco con huertas de frutales. Comió y se refrescó hasta recobrar fuerzas. Al final del camino le esperaban siete sabios bordeando un manantial de agua cristalina. “Te estábamos esperando” le dijo el más anciano. Omar llenó su odre y deshizo el camino tan rápido como fue capaz. En la encrucijada de caminos vio como el arbusto había perdido dos de las tres hojas que poseía. Coligió que sus hermanos habían corrido una funesta suerte.
Al llegar a su poblado vio a las mujeres llorando. Sin dejarle hablar señalaron un olivo en lo alto de un cerro. Al alcanzar la cima comprendió que su padre yacía bajo una gran piedra. Se arrodilló, le lloró amargamente y vertió el agua sagrada sobre su lápida. Un profundo fragor acompañó la fractura de la piedra. De la grieta manaron un torrente de monedas de oro y Omar vio así recompensada su bondad.
Hoy el lugar es también un fértil manantial. Los vecinos se reúnen para no olvidar la vileza de los hermanos mayores y glosar la grandeza de Omar el Generoso.