El desencanto supone la confluencia de una sorpresa y una tristeza. Luego hay que elaborar el duelo.
No, el artículo de hoy no guarda relación con el panorama político actual. Acaso porque servidor prefiere mantenerse alejado de esos lodazales. Hoy abordo la decepción desde la perspectiva personal.
Sufrimos el desencanto cuando las expectativas depositadas en un deseo no se ven satisfechas. Nos pueden decepcionar las personas, también las instituciones. Aunque a modo de apunte, tal vez deshilvanado, no conozco a nadie que se haya sentido decepcionado por su perro.
En la columna anterior señalábamos como tenemos cierta tendencia a construir expectativas idealizadas en exceso. Pero estaremos de acuerdo en que también nos podemos sentir desencantados al depositar esperanzas ajustadas a la realidad y que tampoco se ven cumplidas.
La decepción supone inicialmente la confluencia de dos emociones: la sorpresa y la tristeza. Cuando intuimos el fiasco que tenemos ante nosotros empezamos asombrándonos. “¿Quién lo iba a decir?” A continuación, toda vez que comprobamos que, efectivamente, estamos frente a un sublime pufo, comenzamos a sentir pena e inmediatamente después frustración e impotencia.
El desencanto puede suceder de forma abrupta o tras la suma de una pequeña desilusión tras otra. En cualquier caso ambos caminos desembocan en un verdadero duelo por lo que esperábamos que pudiera ser y lo que en realidad está siendo. Y como sufrir decepciones es inevitable este es el único punto del proceso que podemos abordar. La sensación de rabia, vacío e incluso estafa pueden emerger con fuerza. Es posible incluso sentir la tentación de no volver a confiar e ilusionarnos para no exponernos a un resultado tan fatídico otra vez. No hay atajos fáciles para digerir una desilusión importante, cada cual debe trazar su propio camino. Pero sí hay un elemento importante que podemos tener en cuenta. Recomiendo situarse, ocasionalmente, a cierta distancia y observarse, mirarse detenidamente a uno mismo. El desencanto nos brinda una excelente oportunidad para conocernos mejor. Nuestras expectativas hablan de nuestros anhelos. Nuestros fracasos agitan nuestros miedos.
La decepción ha sido tratada por grandes pensadores de todas las épocas pues parece inherente a la condición de existir. Poetas, filósofos y demás sabios han bregado con la desilusión legándonos luego sus conclusiones. A mí, particularmente, me gusta la de Sartre: “Como todos los soñadores confundí el desencanto con la verdad”.