Una sociedad de positivismo recauchutado, donde cualquiera es coach, no siempre nos sienta bien.
En la tragedia griega que tanto inspiró a Freud puede leerse un concepto que con los siglos ha ido deformándose. Layo escucha apesadumbrado la sentencia del Oráculo: su hijo Edipo acabará matándolo para poder casarse con la esposa de su padre, su propia madre. Todo intento de zafarse de ese destino conduce a Layo a consolidar aún más las circunstancias que llevarán al inevitable desenlace.
¿Es posible que, de haberse resignado Layo desde el principio, las cosas hubieran sido diferentes? ¿Tal vez no el final, que estaba predestinado, pero sí el traumático recorrido?
Vivimos en la era del positivismo. Los libros de autoayuda encabezan los “best sellers”. En todos el mensaje es similar: tú tienes la llave de tu felicidad, porque eres increíble, porque te lo mereces. En Youtube abundan los gurús que afirman que visualizando un horizonte amable podemos llegar a alcanzarlo. En todas las organizaciones zascandilean aprendices de coach que estimulan a propios y ajenos con soflamas “buenrollistas”: ¡somos los mejores!, ¡vamos a tope!
Y no les negaré que yo mismo peco en ocasiones de un exceso de positivismo. Me resisto a aceptar la inevitabilidad de ciertas situaciones y las peleo hasta más allá del final.
Este artículo es delicado, porque no deseo transmitir la idea de que uno debe ir por el mundo con los brazos bajados. Nada más lejos de mi visión de la vida. Lo que trato de introducir es un elemento de reflexión para quien le apetezca. La resignación, en su concepto más puro, es una herramienta que también, en determinadas ocasiones, puede resultar útil. Quiero insistir en la pureza del concepto (conformidad y paciencia en las adversidades) porque es un término que ha sido pervertido y malinterpretado por toda clase de ideas religiosas y políticas. Resignarse no implica dejarse arrollar, como algunos pensadores políticos nos tratan de hacer creer en aras de su lucha. Tampoco resignarse es vivir pasivamente dejando tu destino en manos de otro. Resignarse implica evaluar con objetividad las circunstancias que nos rodean y si colegimos que no pueden ser modificadas aceptarlas pacientemente.
No nos engañemos. Todo no nos sirve siempre para crecer o aprender. Con esa obligación adquirida podemos empeorar nuestra salud mental si alguna dificultad no nos conduce a una buena moraleja ni nos hace mejores. Así que ya saben: el “ajo y agua” de toda la vida a veces puede ser útil.